martes, 17 de mayo de 2011

Origen de la comunicación, a través de relatos históricos

“Historía”, es la palabra griega que designa a la palabra española historia. Y no es casualidad, porque el primer historiador que podemos considerar como tal, fue el griego Heródoto de Halicarnaso. En su libro titulado “Historia”, indagó sobre hechos históricos que concernían a su pueblo, algo que supuso un hito en la forma de contar relatos históricos.

La oralidad era la forma más común de obtener fuentes históricas, antes de la generalización de la escritura. Uno de los problemas con los que contaba estas fuentes, era la capacidad de memorización del interlocutor. La escritura nace con un afán de perennidad y se puede llegar a la información de la misma forma que se obtuvo en la época pasada. Asimismo, la historia de un pueblo nunca puede ser la suma de historias individuales, sino la caracterización de un sujeto genérico que representará a todo el conjunto de la sociedad. Siguiendo esta premisa, un discurso oral siempre estará más contaminado que la idea adquirida tras la valoración de varios discursos escritos.

Génesis de la historia
Antes de la aparición de Heródoto, las cosmogonías marcaban la historia de los pueblos. Éstas eran leyendas sobre el origen fundacional de una sociedad. El objetivo de las mismas era crear un marco común originario, que uniera a toda una comunidad bajo ese mismo origen. Además servían en ocasiones para legitimar los poderes reinantes dentro de una sociedad, uniéndolo a un pasado divino. Teniendo el punto anterior en cuenta, había una clara diferenciación entre dos tiempos: tiempo sagrado, que incluía los ciclos naturales y el tiempo profano, caracterizada por la vida cotidiana. A su vez la predominante concepción religiosa del mundo, que integraba la idea de eternidad, era la contradicción en sí misma del concepto de tiempo. Sin embargo, el calendario gregoriano que seguimos en Occidente actualmente, tiene un origen religioso.

Aristóteles crea una nueva concepción del tiempo, tras la propuesta por Heródoto. Este tiempo era total e infinito y podía ser interpretado desde un punto de vista físico o psicológico. Esto cambia en la época del Romanticismo, donde se representan como marcos absolutos. Detrás de este logro, está la intención de hacer una Historia Universal.

Tras los protohistoriadores de la Grecia Clásica, su mismo ejemplo lo siguieron otros investigadores. En el mundo grecorromano se hacía historia desde las relaciones de los personajes del presente con los antepasados. Los historiadores cristianos en cambio, difundían la idea de que todos los pueblos cumplen un designio divino. El Renacimiento llega a latitudes a los que la historia no estaba acostumbrada. La aparición de viajeros, rompe la espacialidad exclusivamente eurocéntrica.

La época de la Ilustración marca un hito en la forma de hacer historia. La visión racional y científica marcó los pasos de los historiadores ilustrados. Tras la Revolución Francesa se intenta cambiarlo todo con más fuerza aún. Para ello incluso se propone un nuevo calendario revolucionario, basado en los ciclos de la naturaleza.

Tras la experiencia revolucionaria, llega el movimiento llamado Romanticismo, que añora el pasado de la cultura clásica grecorromana. Es en este mismo siglo, el XIX, es cuando aparece Leopold von Ranke, el gran artífice de la historia como disciplina académica y científica. Las influencias de este historiador, las podemos encontrar en la física moderna de la época.

A finales del XIX y comienzos del XX nacen movimientos críticos con esta forma de hacer historia. Destacamos a dos filósofos. Por una parte, Hegel defendía la idea de tiempo absoluto, expresada en su “Yo absoluto”. Por otro lado Karl Marx, critica esta concepción, pues para el alemán la historia no hay que interpretarla sino transformarla y el ser humano debe construir la realidad.

Los tiempos en el imaginario social
El tiempo en la investigación histórica no es otra cosa que una herramienta para ser capaz de poner en relación unos hechos con otros. Anthony Giddens asegura que “la máquina clave de la edad industrial moderna no es otra que el reloj”. A través de este invento, se estandariza la duración de las cosas y se permiten las comunicaciones con otras partes del mundo. Por otro lado, el calendario ajusta una planificación más a largo plazo.

Podemos hablar de dos tipos de pueblos: los pueblos sin historia, cuya historia todavía está vigente y en curso y los pueblos con historia, que son los pueblos capaces de transmitir una historia común a toda la comunidad de generación en generación. Esta historia además, es algo acabado, solo presente en el imaginario social. La historia es imposible de abordar sin acudir a la cultura de ese pueblo. Aceptando esta premisa, la historia influye en la cultura y la cultura en la historia. La reciprocidad de estos dos conceptos impide disociarlos.

El cénit de la comunicación social: el periodismo
La comunicación social existe desde la noche de los tiempos. Desde que el ser humano fue capaz comunicarse con sus semejantes, existió la comunicación social. El periodismo nace de la mano de la imprenta, aunque dicha afirmación no es matemática. El periodista es un comunicador del día a día y su principio más radical es la actualidad.

El historiador también se dedica a comunicar, aunque en este caso hechos del pasado. El nacimiento de la prensa ha proporcionado una valiosa nueva fuente al historiador, que sería absurdo marginar. A su vez el periodista acude a las investigaciones históricas para entender el presente. Por lo tanto, más que actividades contrapuestas, el periodista y el historiador están condenados a entenderse por el bien del ejercicio de su profesión.

Historia del Periodismo, 2º, 2011.

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