Parece una vuelta al pasado, pero está sucediendo cuando ya surcamos la segunda década del siglo XXI. Lo están haciendo posible Todd Akin, César Nombela o Alberto Ruíz Gallardón. La escusa del manido “derecho a la vida” es incontestable para los devotos (y nunca mejor dicho), del no al aborto. Y si para legitimarlo hace falta hacer ciencia-trampa con el objeto de demostrar que un espermatozoide ya tiene sentimientos, pues así lo harán. La acusación de pseudociencia que persiguió injustamente a estudiosos como Copérnico, se hace carne en el quehacer fatuo de intelectuales de la vida, que enaltecen razas arias, intentan curar homosexuales u obligan a parir a mujeres violadas, porque esa religión de cartón piedra y su estirpe, pretende inculcar sus pareceres. Sin embargo igual llegan tarde y se encuentran que por mucho dinero que amasen, la sociedad ha avanzado y ya no se traga las imposiciones de los ideólogos de una fe mal entendida. Ni siquiera la máscara de los “métodos científicos”, les da credibilidad a los inmovilistas sucesores ideológicos del darwinismo más extremo.
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